viernes, 19 de junio de 2009



Diez eran los pasajeros, que para dirigirse a esta ocuparon la "Diligencia de Jerez'', aquella mañana del mes de octubre de 1702, fueron: D. Francisco de Lancaster, rico minero, acompañado de su esposa Da. Luz y sus dos hijas; Lucita y Paca, una sirvienta y el contador de la casa; el nuevo Comandante de la Policía D. Nicolás Rocha y su asistente; el Sr. cura Velarde, anciano sacerdote capellán del Templo de la Concepción, y su sobrina Soledad Cabrera, bella joven que acababa de perder a su madre y venia a vivir al amparo de su tío.

Después de almorzar en el parador de "Las Cocinas", volvieron a emprender el viaje y el Sr. Cura exclamo: ''Bendito sea Dios, que hasta aquí no hemos tenido ningún contratiempo, por lo visto "El Cornejo" y su cuadrilla, ya no andan por estos rumbos', a lo que el Comandante contesto con gesto fanfarrón: "Aunque anduviera por aquí ese bandido no se atrevería a atacarnos, sabiendo .que yo vengo aquí, dicen que esta muy bien informado de todo lo que pasa, y. si no fuera porque vienen estas damas, me alegraría de habérmelas con el".

Las señoras protestaron el deseo del Comandante, menos Soledad, que abismada en tristes pensamientos ni siquiera daba muestras de interesarse en la conversación.

De pronto, al bajar un arroyo, de entre un grupo de árboles salieron varios hombres montados a caballo, con las caras tapadas con paliacates apuntando con sus escopetas a los ocupantes de la "diligencia". E1 cochero detuvo los animales inmediatamente, el asistente del comandante quiso hacer fuego, pero el que parecía el Jefe (por andar mejor armado y vestido), de un certero balazo lo desarmo.

El comandante también quiso disparar pero las señoras empezaron a gritar y a suplicar que no lo hiciera, Soledad impasible fue la primera en descender del vehículo.

Una vez en tierra le quitaron al Comandante su capa, la extendieron en el suelo y ordenaron a los viajeros que dejaran en ella todo lo que trajeran de valor. Soledad iba a desatar la cinta de terciopelo que traía en el cuello, de la que pendía un medallón con el retrato de su madre, cuando el Jefe que no la perdía de vista, le dijo: "no señorita, con usted no reza la orden ni con el Sr. Cura''.

Soledad le agradeció con una sonrisa El despojo fue total, los señores tuvieron que dejar sus armas, relojes y carteras, las señoras sus joyas, para mayor afrenta del comandante, le quitaron las botas y el tricornio y le dijo el "Cornejo" (pues era el), que no lo mataba porque nada tenia contra el, ya que era nuevo en el "oficio".

Cuando bajaron las maletas, Soledad, atendiendo a una expresiva mirada del Sr. de Lancaster, dijo que una maletita forrada de cuero que venia dentro de la diligencia era de ella, y fue respetada lo mismo que el modesto equipaje del Sr. Cura.

Terminado el despojo, se fueron los bandidos y el Capitán haciendo una profunda reverencia a Soledad, le ayudo a subir, la mano de Soledad temblaba de emoción y sus labios apenas pudieron balbucir un "gracias señor".

Una vez instalados de nuevo los viajeros, los nervios de las damas se desataron y el Comandante sin respeto alguno juraban que el bandolero se lo pagaría, "pocos serán estos árboles para colgarlos", dijo finalmente dirigiéndose a Soledad, como si ella fuera la culpable.

Cuando se calmaron las viajeras, el Sr. de Lancaster, dio las gracias a la bella huérfana por haberle salvado los valores que traía en el estuche de cuero, pero ella le contesto, que a la generosidad del "Cornejo" debía todo, y un suspiro se le escapo, sonrojándose después.

Por fin llegaron al "Mesón de Tacuba donde esperaba un coche a los señores de Lancaster que tuvieron que llevarse al Comandante.

Todos se despidieron cariñosamente de Soledad y de su tío, menos el malhumorado Comandante y la mayor de las niñas de Lancáster que no perdonaba a la huérfana las atenciones recibidas del bandido, al fin mujer.

Al día siguiente se presentaron los señores de Lancáster en la casa del Sr. Cura a reiterarle sus agradecimientos a Soledad y pedirle que se fuera a vivir con ellos “como una hija más”, pero ella rechazó la oferta porque no quería vivir con personas extrañas y por no dejar solo a su tío. Entonces le donaron una casita detrás de la casona que ellos ocupaban y que abarcaba toda una cuadra, para que se fuera a vivir con su tío y además le darían una pensión que ella aceptó reconocida.

Un mes después, al salir del Templo de la Concepción a donde iba a Misa muy temprano, notó con temor que alguien la seguía, la calle estaba desierta, por lo que aceleró el paso para llegar cuanto antes a su casa. Su perseguidor a alcanzo y se dio a conocer, era el Cornejo’. Llena de temor porque lo fueran a reconocer le pidió que se fuera, pero él te dijo que había venido desafiando los peligros, solo porque la amaba y estaba dispuesto a dejar su vida aventurera para casarse con ella.

Soledad, que también lo quería desde el día del asalto, y que tanto rezaba por él, vió con alegría que podía regenerarlo por medio del amor, y temerosa de que alguien los viera lo citó para esa noche al toque de queda, en su pequeño huerto se reunirían, para poder hablar sin temor.

Pero alguien los había visto; Luz Lancáster, se encontraba en el mirador de su casa distrayéndose con una inmensa pajarera llena de canarios a quienes daba de comer; cuando vio a la pareja de enamorados y reconoció al bandido. El odio que sentía hacia e se recrudeció y urdió una terrible venganza.
Mandó un recado urgente al Comandante, dándole cuenta de lo que había observado, la ocasión no podía ser mejor, Soledad quedaría humillada, como ella se había sentido en el camino de Jerez y el ladrón recibiría su castigo. El Comandante sería un héroe a los ojos de todos y el Sr. de Lancáster, permitiría su enlace porque ambos se querían.
Esa noche cuando el Cornejo’, volvía de hablar con su amada, con su corazón lleno de nobles propósitos para el futuro, se vio rodeado por una patrulla de rurales mandados por el Comandante, no tuvo tiempo a hacer resistencia.

Al día siguiente lo pasearon por las principales calles de esta ciudad, encadenado de pies y manos, un pregonero anunciaba en las esquinas que: el temible bandolero Marcos Olague, alias el Cornejo, sería ajusticiado en la Plaza de Santo Domingo y colgado en un árbol del camino de Jerez, para escarmiento de todos los de su pandilla. Moría convicto, pero no confeso, ya que ni por los tormentos a que lo sometieron denunció a los suyos.

Soledad se volvió loca de pena. El callejón donde lo aprehendieron todavía lleva su nombre de “El Cornejo”.